En el corazón espiritual de nuestra ciudad se alza la Basílica de Nuestra Señora del Prado, un lugar que no solo constituye un patrimonio histórico y artístico de la ciudad, sino también un pilar vital en la vida espiritual y social de sus habitantes. Al frente de este emblemático templo se encuentra Don Felipe García Díaz-Guerra, un sacerdote cuya vida ha estado marcada por una vocación profunda, un compromiso firme con la comunidad y una sensibilidad única hacia las necesidades de los más vulnerables.
Además de su papel como rector de la Basílica, Don Felipe dirige la Fundación Madre de la Esperanza, una institución que es desde hace años un referente y que se dedica a la inclusión de personas con discapacidad intelectual o del desarrollo, tanto en el ámbito educativo como en el laboral, residencial y del ocio. Su testimonio, sereno y apasionado, es una muestra del papel fundamental que la Iglesia puede seguir desempeñando en una sociedad en constante cambio.
Nos hemos acercado hasta la Basílica de Nuestra Señora del Parado para hablar con él sobre su camino vocacional, su visión pastoral, el papel de la Basílica, los retos de la Iglesia actual y el compromiso con las personas con discapacidad. Además, aprovechamos esta entrevista para conocer un poco más de cerca todo lo que la Basílica aporta a los fieles, y viceversa, y analizar juntos el papel que la Iglesia tiene en nuestra sociedad y cómo los jóvenes se acercan a ella. Sin duda la ocasión perfecta para descubrir la misión de Don Felipe como sacerdote, servidor, formador y guía espiritual en el siglo XXI.

¿Cómo comenzó su vocación sacerdotal y qué momentos destacaría en su trayectoria hasta convertirse en rector de la Basílica de Nuestra Señora del Prado?
Mi vocación se fue fraguando de una manera muy natural, dentro de lo sobrenatural que es la llamada de Dios. Crecí en una familia cristiana con una educación católica tanto en la parroquia como en un colegio católico. Durante mi adolescencia viví en Madrid, en plena Transición Española, una época convulsa, pero también muy rica en experiencias.
Participaba en grupos juveniles y, poco a poco, fue surgiendo en mí la idea del sacerdocio. Recuerdo que alrededor de los 15 o 16 años fue la primera vez que pensé: “Si Dios me llamara a ser sacerdote…” Aunque en ese momento no le di mayor importancia, hubo un punto de inflexión muy claro: el año 1982 cuando participé en una peregrinación a Santiago de Compostela. Yo tenía entonces 16 años, y durante esa peregrinación, especialmente en la cripta del apóstol Santiago, sentí una claridad interior muy intensa. Le dije al Señor: “Lo que tú quieras, aquí estoy”.
Ese momento fue decisivo. Poco después comencé a hablar con un sacerdote que me orientó, participé en encuentros con otros jóvenes con inquietudes similares, y todo coincidió con la primera visita de Juan Pablo II a España, lo cual también me impactó profundamente. Al terminar COU, pedí el ingreso en el seminario de Toledo y el resto es historia.

Entonces, ¿podemos decir que el Camino de Santiago marcó el comienzo de su vocación?
Sin duda. Para mí, Santiago tiene mucho que ver con mi historia personal. Aquella peregrinación fue el despertar definitivo de mi vocación. Desde entonces, el Apóstol ha sido una figura muy presente en mi camino espiritual.
¿Cómo fue su formación y primeros años como sacerdote?
Me ordenaron sacerdote siendo bastante joven, con 24 años. El entonces arzobispo, el Cardenal don Marcelo González Martín, decidió que completara mi formación. Así que me trasladé a estudiar a Madrid, allí cursé Sociología, y me especializarme en Moral Social y Doctrina Social de la Iglesia. Durante estos años también colaboré activamente en la pastoral universitaria de Madrid, como capellán de Ciencias en la Universidad Complutense.
Terminados mis estudios, en 1994, fui destinado por primera vez a Talavera, a la Parroquia de Santa María la Mayor y la Iglesia de San Francisco. Tras tres años, el nuevo Arzobispo de Toledo, D, Francisco Álvarez, me envió a Roma para continuar mis estudios, pero tuve que interrumpirlos porque en 1998 fui nombrado Rector del Seminario Menor. Durante cinco años trabajé intensamente en la pastoral vocacional.
En 2003 fui nombrado rector de la Basílica del Prado y, además, Vicario episcopal de Talavera y su comarca, cargo que ocupé hasta 2021. Fue entonces cuando nuestro actual Arzobispo, D. Francisco Cerro, me encomendó que, sin dejar de ser Rector de la Basílica, asumiera la dirección general de la Fundación Madre de la Esperanza. Han sido años muy ricos, con momentos de discernimiento, servicio y renovación continua.
¿Qué ha significado para usted estar al frente de un templo tan emblemático como la Basílica del Prado?
Es un privilegio enorme. Decimos que la Basílica es el corazón espiritual de Talavera y no es una frase hecha. Es un lugar hermoso, en un entorno singular como son los jardines del Prado, pero, sobre todo, es un espacio de fe viva.
Cada día acuden muchas personas a rezar, a presentar sus intenciones, a confesarse. Es un santuario donde la espiritualidad popular se manifiesta de forma intensa y muy humana. La devoción mariana aquí es profundamente conmovedora. Desempeñar este cargo me ha permitido acercarme más a la religiosidad popular a la que percibo muy intuitiva, sincera y auténtica.

¿Qué iniciativas pastorales destacaría actualmente en la Basílica?
Este 2025 estamos volcados en el Año Jubilar convocado por el Papa Francisco. Una de las actividades más destacadas ha sido la salida de la imagen de la Virgen del Prado los días 30 y 31 de mayo, con una concentración de imágenes marianas de toda la comarca.
Como santuario, queremos potenciar tres dimensiones fundamentales: la acogida, la celebración y la evangelización. Queremos que quienes lleguen, tanto feligreses habituales como visitantes, se sientan bienvenidos y acompañados.
Estamos impulsando proyectos de restauración patrimonial. También buscamos relanzar el coro y, si encontramos los medios, me encantaría crear una escolanía infantil.
En cuanto a la evangelización, procuramos ofrecer espacios de formación y oración que alimenten tanto el corazón como la mente.
¿Cómo se manifiesta la devoción de los talaveranos por la Virgen del Prado?
De una forma constante y muy conmovedora. Desde las 7 de la mañana, cuando abrimos la Basílica, hay personas entrando para visitar a la Virgen. Muchos me dicen que no pueden comenzar el día sin pasar por allí. Es un remanso de paz para ellos.
Esa devoción diaria es muy significativa, y en las grandes celebraciones, como las Mondas o la fiesta de la Virgen del Prado, se manifiesta de forma multitudinaria. La gente viene con lágrimas en los ojos, a agradecer, a pedir, a buscar consuelo. Es una religiosidad muy viva.

También dirige la Fundación Madre de la Esperanza. ¿Cuáles son sus objetivos principales en este momento?
La Fundación lleva más de 50 años trabajando por la inclusión de personas con discapacidad. Nuestro objetivo es ofrecer una atención integral: educativa, laboral y social.
Uno de los retos más urgentes es la inserción laboral. En Talavera las oportunidades son escasas en general, pero mucho más para las personas con discapacidad. Otro gran desafío es el envejecimiento de nuestros usuarios. Muchos empezaron con nosotros de niños y hoy son personas mayores. La sociedad, y nosotros también, necesitamos recursos adecuados para acompañarlos en esta etapa de la vida.
Además, promovemos su inclusión en todos los ámbitos: ocio, deporte, vida social. No podemos permitir que la sociedad se acostumbre a excluirlos.
¿Cómo describiría la situación actual de la Iglesia en Talavera? ¿Qué desafíos considera más urgentes?
La Iglesia en Talavera comparte los retos de la Iglesia Diocesana, Española y Universal. Uno de los más urgentes es la transmisión de la fe a las nuevas generaciones. Existe una ruptura generacional evidente en muchos ámbitos. Debemos seguir proponiendo el Evangelio como camino de sentido, de vida, de esperanza.
También enfrentamos el reto de la integración cultural. Talavera ha cambiado mucho: hay una creciente población inmigrante. Algunos son católicos, otros no. Tenemos que encontrar el modo de integrar, sin perder nuestra identidad pero fomentando la acogida y el enriquecimiento mutuo.
Por otro lado, dentro de la comunidad católica, debemos trabajar la comunión, la coordinación entre parroquias y organismos. Tenemos sacerdotes y estructuras, pero necesitamos unidad de acción pastoral.

¿Qué expectativas tiene respecto al nuevo Papa y el rumbo de la Iglesia en esta nueva etapa?
El Papa tiene un papel central como guía espiritual. En los últimos siglos ha sido decisivo en la orientación de la Iglesia. Yo espero de él, como de cualquier Papa, que sea un referente en el fortalecimiento de la fe.
Todo indica que es un hombre de Dios, sereno, profundo, comprometido. Me conmovió que se presentara con el saludo pascual “la paz con vosotros”, tan centrado en Jesucristo. Veo en él una continuidad con Francisco, especialmente en el diálogo con el mundo, el compromiso con la paz y el deseo de unidad en medio de un mundo muy polarizado.
Creo que puede ser un revulsivo muy positivo para la Iglesia, como lo fue en su día Juan Pablo II. Hay signos esperanzadores y mucho por hacer, pero también muchas razones para la confianza.
¿Qué mensaje enviaría a los fieles de Talavera?
Dos mensajes en uno, debemos confiar en el futuro, ser hombres y mujeres de esperanza, nace de saber que Dios es el Señor de la historia, que es él quien nos guía. Y que abrir el corazón por medio de la fe nos da un futuro.
Y que además tenemos que trabajar juntos, en comunión buscando puntos de encuentro para construir una Talavera mejor, un país mejor y un mundo mejor y, sobre todo, en paz. Todo esto, desde nuestra posición de Iglesia.