Que Talavera es una ciudad atractiva por múltiples motivos es algo obvio. Desde la nueva implantación de empresas especializadas en tecnologías digitales y de telecomunicación insertas en ese universo o “metaverso” de internet y la realidad virtual, hasta las iniciativas de emprendedores que apuestan por crear imaginativas fórmulas de desarrollo vinculadas a nuestra ciudad.
Talavera es presente y proyecta futuro en sus acciones, tanto a nivel público como privado. Pero, evidentemente, esta urbe con esa vocación de dinamismo económico y social tiene su razón de ser en su rico pasado histórico. Y precisamente, qué mejor que conocer nuestro legado patrimonial -artístico, arqueológico, etnográfico, antropológico- para darnos cuenta que esa inquietud no surge de la nada, sino de un importante bagaje cultural acumulativo durante dos mil años de antigüedad de la ciudad.
Es por ello que las iniciativas en pro de la recuperación de elementos patrimoniales contribuyen de una manera especial a tomar conciencia de nuestra identidad como colectivo, como ciudad, al tiempo que fortalece los lazos de unión con nuestra historia cultural.
Por ser de evidente actualidad, quiero traer a colación el caso de la puesta en valor, restauración y rehabilitación del tramo de muralla y torre albarrana del sector del Salvador. Forma parte del lienzo septentrional del primer recinto amurallado, el más antiguo de la ciudad, que protegía lo que popularmente se denomina casco histórico, pero que en las fuentes documentales se denomina La Villa.
En los últimos años, nuestra muralla ha sido objeto de distintas intervenciones de estudio y restauración, fundamentalmente para asegurar una consolidación de ciertas partes de los paramentos que se encontraban en muy mal estado. En los años 80 y 90 del pasado siglo el tramo de la calle Carnicerías se puso en valor con la eliminación de muchos inmuebles adosados a lienzo y su posterior rehabilitación. Se pudo continuar, después, en distintos puntos del circuito como en Corredera del Cristo y Calle Charcón, aplicando en esta última, el mismo criterio de liberación de edificios de la muralla. Al tiempo que en los dos yacimientos urbanos de gran interés como son la alcazaba y Entretorres, se realizaban sendas actuaciones arqueológicas para sacar a la luz parte importante de sus restos, y conectarlas con la lectura general del recinto fortificado.
Con la reciente intervención en el tramo de El Salvador, cuya iglesia mudéjar y moderna, una vez restaurada ha pasado a ser uno de los espacios culturales de referencia, se da un paso más en la estimación de patrimonio fortificado talaverano. El lienzo de la cara exterior, o extradós de la muralla en esa zona trasera de la iglesia, se hallaba en un estado lamentable por su acusado proceso de expolio y extracción de sillares, mampuestos, piedras y ladrillos. Una herida descarnada que dejaba al aire las tripas del núcleo murado.
Por otra parte, las excavaciones efectuadas en la base han podido demostrar el origen romano, al menos en este sector, de la muralla. Una obra que sin duda se debió a la situación de amenaza de la urbe de Caesarobriga (nombre que tenía Talavera en época romana), posiblemente a principios del siglo V d.C., coincidiendo con la llegada a Hispania de oleadas bárbaras como los suevos. Un curioso indicio es la huella de caliga o sandalia romana militar que se conserva en el mortero del interior del núcleo, hoy visible en la zona musealizada.
La obra ha dotado de una forma dialogada y funcional un acceso, mediante escalera de madera, desde el callejón existente entre los bloques de vivienda de la calle Valencia y el intradós de la muralla. Esto permite subir al espacio interior de nueva creación, con un sistema de “muro capuchino” que, mediante arcadas, hace posible transitar por las tripas de la muralla, ver sus restos constructivos, y a la vez, seguir la visita por otros escalones hacia la parte superior.
Aquí se llega al adarve o zona superior del muro, protegido por su parapeto, y desde el cual se puede contemplar la maravilla mudéjar de la iglesia del Salvador, la imponente fortaleza de la colindante torre albarrana y el resto del caserío a vista de pájaro. No termina la vista ahí, pues los más curiosos remontarán las escaleras de ingreso a la torre albarrana. Allí el tiempo se detiene en la Edad Media. El suelo, empedrado con canto rodado armónicamente colocado; otras escalas permiten subir al adarve periférico superior, protegido por una estructura de madera a modo de baranda, donde los soldados del siglo XIII-XIV tuvieron que vigilar armados con ballestas o arcos las posibles afrentas a la villa. Los merlones y almenas han desaparecido pero pasear por aquí no dejas lugar a dudas de su magnífica visibilidad y control del espacio.
En suma, este tramo de muralla recuperado, que por la parte exterior deja además visible los cimientos de dos torres o cubos, uno cuadrangular y otro semicircular de la antigua fortificación romana, representa el nuevo criterio de puesta en valor del patrimonio histórico talaverano. Bien merece que vecinos y visitantes nos acerquemos para disfrutar y, por qué no, soñar con los tiempos romanos y medievales de Talavera.
Ahora sólo esperamos impacientes que se abra el tramo, también rehabilitado, de la calle Charcón, del que hablaremos en la próxima entrega.
Para más información sobre la visita en la oficina de turismo de Talavera.
César Pacheco